Como siempre, Oriente Medio está en ebullición. Y, como es frecuente, la mayoría de los desarrollos son negativos. Veamos algunos de ellos:
– El agua sustituye al petróleo como líquido clave. El petróleo y el gas aún procuran cerca del 60% de la energía mundial, pero esa cifra está cayendo e incluso los productores de petróleo más acaudalados se están resintiendo ("Los Estados del Consejo de Cooperación del Golfo idean nuevos impuestos, mientras el ingreso petrolero se mantiene débil"). Por otro lado, el agua se está convirtiendo en una fuente internacional de tensiones de primer orden (Turquía vs. Siria, Etiopía vs. Egipto) y en un vector fundamental de cambios internos (la revuelta siria de 2011). Es asimismo una causa potencial de migración masiva: un exministro iraní de Agricultura ha predicho que la escasez de agua forzará a emigrar al 70% de la población de su país, es decir, a 57 millones de personas.
– La anarquía reemplaza a la tiranía. Por supuesto, hay tiranías que siguen ahí, piénsese sobre todo en Turquía e Irán, pero la anarquía se ha convertido en el gran flagelo de la región y ya ha hecho presa en países enteros (Libia, el Yemen, Siria), así como en vastas extensiones de otros (el Sinaí). Aunque generalmente es menos amenazante para el mundo exterior, para el individuo la anarquía es una experiencia aún más miserable que la tiranía, por la ausencia de marcos de actuación. Como advirtió un erudito coránico del s. XIII, "un año de tiranía del sultán es menos dañino que un instante de anarquía popular".
– El fracaso de los esfuerzos de la juventud árabe por lograr mejoras. En torno a 1970, numerosos países arabófonos iniciaron una era de caudillajes corruptos. Los esfuerzos por acabar con el viejo orden comenzaron en Túnez en diciembre de 2010 y han tenido pocas consecuencias benéficas. En algunos casos (Libia, el Yemen, Siria) han conducido a la guerra civil; en otros (Egipto), han producido un caudillo más joven. Ahora hay protestas en Argelia, Sudán, Irak y el Líbano, pero es posible que también terminen mal.
– El declive del islamismo. Tras alcanzar su ápice en torno a 2012, los intentos radicales de imponer la ley islámica con severidad han perdido terreno en Oriente Medio. Por varias razones: el miedo a fanáticos desquiciados como los de Boko Haram, Al Shabaab, el ISIS y el Talibán; la penosa experiencia de las sociedades musulmanas que han vivido bajo la férula islamista (por ejemplo, la egipcia en 2012-13) y la división del propio islamismo en facciones hostiles entre sí (v. Siria). No se sabe qué puede venir después del islamismo, pero, tras un siglo de experimentos fallidos con esa y otras ideología extremistas (incluidos el fascismo y el comunismo), puede que se abra paso una etapa antiideológica.
– El país de la discordia es Irán, no Israel. Durante decenios, la cuestión del Estado judío guió y dividió la política mesoriental; ahora, ese rol lo cumple Irán. La República Islámica controla cuatro capitales árabes (Bagdad, Damasco, Beirut y Saná), agrede por doquier y difunde su versión radical del islam. Los regímenes que antaño trataron a Israel como el archienemigo, especialmente el saudí, trabajan ahora con él de múltiples maneras, cubiertas y encubiertas. Por cierto, la izquierda global ha heredado el tóxico antisionismo de los Estados árabes e Israel tiene hoy mejores relaciones con Arabia Saudí que con España o Suecia.
– Irán y Turquía se han adueñado del antisionismo de los Estados árabes. La era de la guerra de los Estados árabes contra Israel duró sólo 25 años, desde 1948 hasta 1973; y terminó hace 46 años porque los políticos [árabes] lo consideraron un conflicto demasiado caro y riesgoso. Ávidos de tomar ese testigo, el Irán de Jomeini y la Turquía de Erdogan hicieron de la oposición a Israel uno de sus mensajes primordiales. Y si bien han venido limitando su agresión principalmente a las palabras, esto podría cambiar dramáticamente.
– América reacciona a la hiperimplicación. George W. Bush inició guerras prácticamente simultáneas en Irak y Afganistán, guerras que numerosos americanos encontraron excesivamente costosas y aventureras, lo que generó un rechazo duradero. Barack Obama y Donald Trump respondieron de maneras muy propias (el primero, criticando a EEUU; el segundo, desde un nacionalismo orgulloso) pero ambos reduciendo los compromisos militares estadounidenses en la región. Sirvan como ejemplo sus respectivas retiradas de Siria (2012 y 2019).
– Rusia hace ruido, pero es China la que se pone manos a la obra. Pareciera que Vladímir Putin está en todas partes (firmando acuerdos comerciales, vendiendo armas, mandando tropas, celebrando conferencias), pero se trata de fuegos artificiales de una potencia en decadencia. Mientras, la China de Xi Jinping levanta calladamente su infraestructura económica, teje una red de alianzas políticas y despliega su poderío militar en la región, para cuando decida ejecutar su voluntad. La gran amenaza es Pekín, no Moscú.
Sólo una noticia indiscutiblemente buena (el declive islamista) entre tantos y tan complejos problemas...