Ash-Sharq all-Awsat, un diario árabe con sede en Londres, comenzó ayer la publicación entera de la última novela de Saddam Hussein escrita como hombre libre, ¡Demoníos, íos! Como si fuera un libro cualquiera, el diario colocó una foto de la tapa del libro y del autor en portada (el cual no obstante parece más un pájaro enjaulado que un dictador absoluto).
Salah Nasrawi, de Associated Press, proporciona servicialmente un resumen del argumento, tal y como Ali Abdel Amir, un escritor y crítico iraquí que leyó el manuscrito entero, se lo contó: La novela relata una conspiración Cristiano Sionista contra los árabes y musulmanes que un ejército árabe vence con el tiempo al invadir la tierra Cristiano Sionista y derribar una de sus torres monumentales, una referencia evidente al 11 de Septiembre del 2001.
La novela abre con un narrador, que se parece al patriarca judeocristiano y musulmán Abraham, diciendo a los primos Ezekiel, Youssef y Mahmoud que Satán vive en las ruinas de una Babilonia destruida por los persas y los judíos…
Ezekiel, que simboliza a los judíos, es retratado como codicioso, ambicioso y destructivo. "Incluso si te aprovechas de las propiedades de otros, sufrirás toda tu vida", le dice el narrador. Youssef, que simboliza a los cristianos, es retratado como generoso y tolerante - por lo menos en los primeros pasajes. Mahmoud, que simboliza a los musulmanes, emerge como el conquistador al final del libro.
Los críticos no han sido amables con ¡Demonios, íos!. Saddam "era completamente ajeno a la realidad, y escribir novela le dio la oportunidad de vivir en la fantasía", comenta Abdel Amir. Saad Hadi, un periodista que tuvo la producción de las novelas en la mano, está deacuerdo: "Perdió el contacto con la realidad. Creyó ser un dios que podía hacer cualquier cosa, incluyendo escribir novela".
Según Hadi, el novelista preferido de Saddam era Ernest Hemingway, en particular El Viejo y el Mar, cuyo estilo intentó emular. "Se sentaría en su despacho presidencial y contaría historias sencillas, mientras sus ayudantes grababan sus palabras". Youssef al-Qaeed, novelista egipcio, describe la obra del dictador como "ingenua y superficial".
Esta tampoco es la primera novela publicada de Saddam. "A finales del año 2000, Bagdad zumbaba de rumores acerca de una sensación publicada" informa Ofra Bengio en "La Novela del Miedo de Saddam Husayn", un análisis del bautizo de Saddam como autor de un romance histórico titulado Zabiba y el Rey. Aunque Bengio juzga la novela "aburrida e incoherente", explica que "se entiende mejor como la propia preparación de Saddam a su desaparición de escena. Debe leerse como resumen de su vida, una contribución 'artística' a su pueblo, un epitafio, y la última voluntad y testamento, todo en uno".
Uno podría pensar que habría temas de estado más acuciantes en la mente del dictador a finales del 2002, dado que la administración Bush dejó claro que se le acababa la paciencia con el comportamiento iraquí y tenía intención de pasar a la acción. Se equivocaría, al menos según un relato ofrecido por NBC News el 15 de julio del 2003: Tom Brokaw informaba al referirse a la autoridad del Primer Ministro en funciones Tariq Aziz, ya en prisión, que "Saddam Hussein ha estado ensimismado durante el último año, escribiendo tres novelas épicas".
Aún más extraordinaria es la información de un parte posterior del Daily Telegraph Londinense: "Saddam Hussein pasó las últimas semanas antes de la guerra [en marzo del 2003] escribiendo una novela que predice que él liderará un movimiento de resistencia en las sombras hacia la victoria sobre los americanos, en lugar de planear la defensa de su régimen. Para cuando la guerra empezaba y Saddam se escondía, 40.000 copias de ¡Demonios, íos! salían de las rotativas".
Tras Zabiba y el Rey, Saddam presentó La Fortaleza y Los Hombres y la Ciudad, y finalmente ¡Demonios, íos!. El comentario de Tariq Aziz sugiere que otras dos novelas estaban en ciernes cuando la guerra irrumpió tan groseramente.
Que Saddam se pusiera al día con la novela mientras la guerra amenazaba confirma directamente una tesis que presenté meses atrás, en "Las mentiras de las armas de destrucción masiva de Saddam", para explicar las armas de destrucción masiva aparentemente ausentes. Suponiendo que no haya realmente armas en Irak, Saddam dio la impresión de tenerlas como resultado de un error terrible.
Este error se puede explicar mejor como el producto de la manifestación en Saddam de las circunstancias extraordinariamente autoindulgentes del autócrata totalitario, con sus dos cualidades principales: Arrogancia: El soberano absoluto puede hacer todo lo que quiera, por lo que cree carecer de fronteras a su poder. Ignorancia: El soberano que lo sabe todo no incurre en contradicción alguna, así que sus ayudantes, temiendo por sus vidas, le dicen solamente lo que desea oír. Ambas discapacidades empeoran con el tiempo y el tirano pierde cada vez más el contacto con la realidad. Sus caprichos, excentricidades y fantasías dominan la política del estado. El resultado es un patrón de errores monumentales.
El impulso de Saddam Hussein por la literatura, incluso cuando su dictadura estaba a punto de ser destruida por el mayor poder sobre la tierra, señala tanto su arrogancia como su ignorancia. También va lo bastante lejos como para explicar cómo pudo pensar que se estaban fabricando armas nucleares cuando no existían en el momento en que comenzó su caída en marzo del 2003.