Veinte años de multitudes gritando "Muerte a América" y de repetidos actos de terrorismo han dañado irremediablemente la reputación de Irán en Occidente. Un país renombrado durante mucho como la Francia de su región, famoso por la belleza de su lenguaje, la sofisticación de su cultura y la erudición de sus académicos se ha convertido en sinónimo de fanatismo y violencia. No obstante, la antigua civilización persiste, y con ella la capacidad de cautivar y encantar a los extranjeros.
Edward Shirley, el pseudónimo de un ex agente de la CIA, dedicó muchos años al estudio de Irán, dominando el lenguaje, sumergiéndose en la poesía y la historia, reuniéndose con centenares de iraníes y hasta implicándose románticamente con dos mujeres iraníes. Pero la total ruptura de relaciones Estados Unidos-Irán significaba que nunca visitaría el país de su especialidad.
Desesperado por entrar legalmente en Irán, Shirley optó por la segunda opción y, tras abandonar el servicio del gobierno hace unos cuantos años, lo arregló para que un camionero le metiera de contrabando en Irán desde Turquía. Esto significó que tuvo que encajarse en una caja de madera similar a un ataúd bajo el asiento del conductor donde, sitiado por la claustrofobia y los terrores (imaginarios), viajó cientos de millas. Su estancia en Irán fue breve, apenas unos cuantos días, y se reunió con un surtido grupo de particulares, pero la profundidad de su conocimiento y sus agudos poderes de observación hicieron valioso el viaje de modo único para el lector que elige acompañarle.
Conozca a su enemigo ofrece dos ventajas distintas: observaciones sutiles acerca de una compleja cultura y un informe de un ex-espía desde territorio enemigo. Shirley tiene la capacidad literaria y de penetración para explicar este país, desde lo superficial ("en Irán, cambiar de marcha exige tanto embrague como claxon") a lo profundo ("los chi'íes iraníes consideran la historia como una empresa larga, fea y engañosa"). Una audiencia norteamericana que asocie comprensiblemente Irán con barbarismo debería saber que el lenguaje persa "puede hacer sonar el discurso cotidiano como un poema épico".
El informe del ex-espía revela una alarmante monotonía de opiniones. Casi todos los interlocutores de Shirley le agasajan con historias acerca de la miseria de vivir bajo mandato teocrático. "Los molás [clérigos] traicionaron a Alá" anuncia una mujer joven. Un comerciante de joyería concluye que la identidad iraní crece a expensas de la islámica. "¡Imagine a un musulmán avergonzado de ir a una mezquita!" admite amargamente un hombre acerca de sí mismo. "Eso es lo que ha hecho la revolución". El entusiasmo islámico de finales de los años setenta queda ahora tan distante que parece un estupor colectivo: "durante algunos años todos perdimos nuestra identidad".
Ha alcanzado tal punto, en palabras del camionero de Shirley, que "si no odias a los clérigos, no tienes amigos". Los iraníes hacen alarde abiertamente de esta repulsión. El conductor explica: "Todos les odian. No puedes ser detenido por maldecir a los molás en la calle. Todos estarían en la cárcel". Los ayatolás han desacreditado el islam tan profundamente, descubre Shirley, que destruyeron "en 20 años las identidades y lealtades construidas a lo largo de
¿Qué salió mal? ¿Cómo no sólo se hicieron odiar los ayatolás, sino que hicieron peligrar el propio islam? Shirley discierne una traición a la cultura persa en el corazón del problema: "los musulmanes revolucionarios habían declarado la guerra a la jerarquía, la etiqueta y el encanto de Persia". La vida ha llegado a ser distintivamente menos agradable. "La revolución se llevó la belleza femenina y la reemplazó con virtud femenina". Ha llegado el momento, en otras palabras, de añadir a Irán a la ya larga lista de revoluciones fracasadas del siglo XX.
Para muchos iraníes, la suerte de reunirse con un americano real (y uno que habla persa además) les mueve a colmar a Shirley de saludos ("Todos echamos de menos a América") y después a regañarle por la pasividad de Washington. "Dí a América que ataque a los molás", le ordena un anciano. Es preguntado repetidamente por qué el todopoderoso gobierno norteamericano quiere que los ayatolás continúen en el poder, una pregunta que en realidad no puede contestar.
Estas conversaciones señalan los sentimientos extraños y alambicados que albergan los iraníes hacia Estados Unidos. "A toda esa gente que gritaba '¡muerte a América! ¡Muerte a América!', en realidad le gustaba América", escucha Shirley. Más que eso, descubre que el feo régimen de los ayatolás ha difuminado la cólera hacia Estados Unidos a lo largo del tiempo. O, como comenta su conductor irónicamente, "si América destruyera a los mulás, os perdonaríamos por [apoyar] al Shah".
Desafortunadamente, Shirley extrae la conclusión política incorrecta de todo esto, pidiendo el fin de las sanciones norteamericanas a Irán para que los intereses financieros norteamericanos puedan entrar al país y minar al régimen desde dentro. Eso es una esperanza, no un plan. En su lugar, su brillante informe de espía señala la conclusión opuesta: mantener a los americanos lejos de un régimen fracasado y dejar que la población nos vea cada vez más como la alternativa saludable a la repulsiva dictadura de los ayatolás. Aunque el propio autor no se da cuenta, Conozca a su enemigo hace una firme defensa de mantener la presión sobre los clérigos.