El atentado del enclave religioso de Askariya en Samarra, Irak, el 22 de febrero fue una tragedia, pero no fue una tragedia americana o de la coalición.
La destrucción de la Cúpula Dorada, contruída en 1905 y uno de los enclaves más sagrados del islam chi'í, representa una escalada del asalto sunní contra los chi'íes, un acto de violencia extrema encaminado a provocar una respuesta emocional. No señala la debilidad sunní, sino la determinación de los elementos de la comunidad tanto tiempo en el poder en Irak por reforzar su dominio. El presidente de Irak, Jalal Talabani, ha advertido acertadamente, "El fuego de la sedición, cuando prende, puede quemarlo todo a su paso sin salvarse nadie". Uno se echa a temblar ante la probable carnicería en el futuro.
Dicho eso, la desafortunada situación de Irak no es ni la responsabilidad de la coalición ni un peligro particular para Occidente.
Cuando Washington y sus aliados derrocaron al repulsivo régimen de Saddam Hussein, que puso en peligro al mundo exterior emprendiendo dos guerras de expansión, construyendo un arsenal de armas de destrucción masiva y aspirando a controlar el comercio de petróleo y gas, supuso el honor de un beneficio histórico para los iraquíes, una población que había sido oprimida accidentalmente por el dictador estalinista.
Desafortunadamente, su régimen colapsó rápidamente frente al ataque exterior, mostrando ser "el paseo" que muchos analistas, incluyéndome a mí mismo, habían esperado. Esa victoria en seis semanas sigue siendo una gran honra de la política exterior americana y de las fuerzas de la coalición. También representa un logro personal para el Presidente Bush, que tomó las decisiones clave.
Pero el presidente decidió que esta misión no era suficiente. Deslumbrado por los ejemplos de posguerra de la Segunda Guerra Mundial de Alemania y Japón – cuyas transformaciones en perspectiva parecen haber sido cada vez más logros únicos – comprometió tropas en busca de crear "un Irak libre y democrático". Este noble objetivo fue inspirado por lo mejor del idealismo de América.
Pero la nobleza de propósitos no bastó para rehabilitar Irak, como predije ya en abril del 2003. Los iraquíes, una población predominantemente musulmana recién liberada de su mazmorra totalitaria, no se inclinaron a seguir el ejemplo americano; por su parte, al pueblo americano le faltó el interés profundo en el bienestar de Irak. Esta combinación de fuerzas garantiza que la coalición no pueda imponer su voluntad a 26 millones de iraquíes.
También implica la necesidad de objetivos de la coalición más modestos. Animo el objetivo de "un Irak libre y democrático", pero ha llegado el momento de reconocer que el logro de la coalición se limitará a destruir la tiranía, sin patrocinar su reemplazo. No hay nada innoble en este logro limitado, que sigue siendo un hito del saneamiento internacional. Si ese logro y los posteriores hacen las futuras intervenciones menos probables por apuntar demasiado alto, sería especialmente desafortunado. Los beneficios de eliminar el régimen de Saddam no deben ser olvidados en la ansiedad de no crear un nuevo Irak con éxito.
Arreglar Irak no es ni la responsabilidad de la coalición, ni su carga. Los daños provocados por Saddam tardarán muchos años en repararse. No puede encargarse a americanos, británicos y demás que resuelvan las diferencias sunní-chi'íes, un problema con solera que sólo los iraquíes en persona pueden afrontar.
El estallido de la guerra civil en Irak tendría muchas implicaciones para Occidente. Probablemente:
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Invitaría a la participación siria e iraní, precipitando la posibilidad de una confrontación americana con esos dos estados, con los que las tensiones son ya elevadas.
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Pondría fin al sueño de Irak sirviendo como modelo para otros países de Oriente Medio, retrasando así el impulso en favor de elecciones. Esto tendrá el efecto de evitar que los islamistas sean legitimados por el voto popular, como Hamas hace un mes.
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Reduciría las bajas de la coalición en Irak. Como se observaba en el Philadelphia Inquirer, "En lugar de matar soldados americanos, los insurgentes y otros guerrilleros extranjeros están más centrados en crear una lucha civil que pueda desestabilizar el proceso político de Irak y llevar probablemente a la guerra total religiosa y étnica".
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Reduciría las bajas occidentales fuera de Irak. Un profesor de la Escuela Naval de Estados Unidos, Vali Nasr, observa: "Justo cuando parecía que los musulmanes de la región dejaban a un lado sus diferencias para unirse en protesta contra las viñetas danesas, el ataque demostró que el sectarismo islámico continúa siendo el mayor desafío a la paz". Por decirlo con otras palabras, cuando los terroristas sunníes apuntan a los chi'íes y viceversa, es menos probable que los no musulmanes salgan heridos.
La guerra civil en Irak, en pocas palabras, sería una tragedia humanitaria, pero no una estratégica.