¿Deben los intrusos intentar influenciar la contratación o el ejercicio académico del personal lectivo universitario?
La cuestión se plantea a causa de que, con la radicalización de las universidades americanas, las voces moderadas han entrado en temas de personal académico. Observe por ejemplo algunas de las controversias únicamente en estudios de Oriente Medio en el 2006:
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Joseph Massad, de Columbia: Su ascenso a profesor asociado se topó con la oposición pública; la decisión próxima sobre su plaza provocará probablemente más controversia.
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Juan Cole en Yale: El historiador de la Universidad de Michigan apuntaba hacia New Haven hasta que los columnistas John Fund y Joel Mowbray, entre otros llamaron la atención sobre los escritos de Cole, provocando que importantes profesores de Yale rechazasen su nombramiento.
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Kevin Barrett de la Universidad de Wisconsin-Madison: Cuando salió a la luz que sostiene que la administración Bush perpetró los ataques del 11 de Septiembre, su clase de "Islam: religión y cultura" provocó un debate a nivel estatal.
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Nadia Abú El-Haj, en la Barnard: Mientras la antropóloga aguarda la decisión sobre su puesto del titular, su libro del 2001, Hechos sobre el terreno ha sido criticado por alumnos y arqueólogos (William Dever, de la Universidad de Arizona, llama a su trabajo académico "escaso, engañoso y peligroso"; James Dávila, de la Universidad de St. Andrews, lo llama "demente").
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Wadie Said de la Wayne State: Encabezados por StandWithUs.com, los críticos argumentan que su nombramiento en la facultad de derecho "diluiría los estándares académicos, iría en detrimento de las aulas y exacerbaría los problemas en el campus". Otros no académicos, como la Asociación de Estudiantes de Derecho de Oriente Medio de la Wayne State, apoyan el nombramiento de Said.
Además, la reubicación hasta la Universidad Americana de El Cairo de Joel Beinin desde su puesto como titular en historia en Stanford (un inusual desplazamiento profesional) puede estar relacionada con la extensa crítica a su trabajo.
Estos avances plantean dos cuestiones. Primeramente, ¿tienen los intrusos un papel legítimo a la hora de influenciar las decisiones en materia de personal académico? El secretario general de la Asociación Americana de Profesores Universitarios, Roger Bowen, dice que absolutamente no: "No debería permitirse que los no académicos y los grupos externos de defensa se entrometan en los casos de contratación y selección de plazas del colectivo académico".
Yo me atrevo a disentir. Las instituciones educativas pueden nombrar a quien quieran. Pero no pueden esperar inmunidad a la crítica del público. Precisamente porque la academia ofrece una seguridad laboral poco frecuente, la evaluación pública de los académicos sin plaza fija tiene un papel potencialmente vital. Contra más escrutinio pre-plaza, mejor. Organizaciones como Campus Watch se centran precisamente en aquellas áreas que típicamente pasan por alto los comités de evaluación lectiva.
En cuanto al personal académico con plaza fija, la crítica pública robusta puede mantenerlo a raya dejándoles en evidencia y perjudicando su credibilidad. Juan Cole caracteriza a los profesores veteranos como "una especie de jugadores de béisbol" a los que otros equipos miran "de vez en cuando, al avecinarse las contrataciones". En respuesta, Martin Kramer, del Shalem Center, observa que "no subimos a los jugadores de béisbol a pedestales, y toda una sección de la prensa critica su juego incesantemente. Los académicos quieren estar en misa y repicando: seguridad laboral de por vida, fama de estrellas deportivas, montones de tiempo de vacaciones y nada de rendir cuentas".
En su insistencia en aplastar la disidencia, irónicamente, los académicos de estudios de Oriente Medio reproducen a los dictadores de Oriente Medio, que exigen que sus regímenes sean excluidos de juicios. Pero mientras que los dictadores pueden perder sus cargos, los académicos con plaza fija en la práctica no pueden, haciendo que sus errores estén libres de consecuencias de manera única.
En segundo lugar, ¿hasta qué punto son eficaces los esfuerzos externos de influenciar el proceso? Frank H. Wu, decano de la facultad de derecho de la Wayne State, predice que presionar a los profesores en contra del nombramiento de Wadie Said bien podría salir por la culata. Algunos miembros del claustro, dice, "podrían quedar tan compungidos por el correo electrónico que llega que podrían ser persuadidos de adoptar una postura que de otro modo no adoptarían".
Aparte de denunciar públicamente la inmadurez de los profesores que diesen al paso, esta declaración se sale de contexto por completo. El elitismo académico existe a expensas de aquellos que lo apoyan. Igual que los jueces del Tribunal Supremo dejan constancia pública de los resultados de votaciones, en última instancia los profesores no pueden ignorar a padres, alumnos, legisladores y a los burócratas gubernamentales que abonan sus salarios. Y conforme esos accionistas sean cada vez más conscientes de los fallos de los profesores, pueden empezar a exigir mejoras.
(La distinción entre universidad pública y privada no importa aquí en absoluto, puesto que las dos se superponen considerablemente. Si la Universidad de Michigan debe un simple 8% de su presupuesto anual a los recursos del estado, las universidades privadas dependen firmemente de la financiación gubernamental para estudiantes, proyectos, investigación, funcionamiento, y hasta para las fraternidades).
El camino a seguir está claro: los ajenos preocupados deben seguir los avances universitarios, incluyendo las decisiones de personal, como condición para iniciar el proceso de redimir la universidad, esa gran y noble institución temporalmente descarriada.