Los aliados de las trincheras de la Guerra Fría generalmente, pero no siempre, trabajan aún juntos contra el Islam radical.
Tómese la pregunta clave de qué musulmanes se encuentran del bando enemigo y cuáles sen encuentran en el nuestro. Con excepciones, la derecha evita a los islamistas no violentos, mientras que la izquierda les recibe como amigos. Los conservadores aceptan como moderados solamente a aquellos musulmanes que se oponen activamente a la meta islamista de imponer la Shari'a (ley islámica) en todo el mundo; solo porque las organizaciones musulmanas o los particulares denuncien el terrorismo o trabajen a través del sistema ello no les convierte, en su opinión, en moderados, o bien en corrientes, ni en socios convenientes para el gobierno, los medios, o el estamento académico.
En cambio, los progresistas distinguen generalmente entre islamistas violentos, a los que combaten, e islamistas políticos, a los que aceptan. El gobierno norteamericano, desde el discurso de Edward Djerejian en la Meridian House hace quince años, viene adoptando el punto de vista izquierdista y trabaja con los islamistas no violentos.
Algunos ejemplos de la división izquierda/derecha: el alcalde de Nueva York Rudy Giuliani despreció un cheque procedente del empresario saudí Al-Walid bin Talal mientras que el alcalde de Londres Ken Livingstone se abrazaba literalmente al pensador islamista Yusuf al-Qaradawi. El Republicano Fred Thompson condena al Consejo de Relaciones Americano Islámicas por parecer "estar con más frecuencia alineado con nuestros enemigos que con nosotros", mientras que la líder Demócrata Nancy Pelosi hizo buenas migas con el colectivo.
Pero por otra parte, se presentan excepciones: Robert Leiken, del Centro Nixon, insta a negociaciones con la Hermandad Musulmana, mientras que la Senadora Barbara Boxer, Demócrata, rescindía una donación al Consejo de Relaciones Islámico Americanas.
Soy activo en el bando conservador de este debate e incluso he elaborado una lista de preguntas para ayudar a distinguir a los moderados de los extremistas. Comparo a los islamistas no violentos con los comunistas franceses, que trabajaron a través del sistema democrático para alcanzar las metas totalitarias de Stalin.
Tampoco me abstengo de criticar a las instituciones financiadas por el contribuyente que confunden a los islamistas legalistas con moderados. Mientras ocupé la junta directiva del U.S. Institute of Peace, por ejemplo, critiqué concienzudamente a su dirección Republicana por copatrocinar un acto con el Centro para el Estudio del Islam y la Democracia (CSID). De igual manera, he condenado (desgraciadamente, porque ha hecho un trabajo excelente en otros campos) a Carl Gershman, presidente de la National Endowment for Democracy, por "insistir tercamente en confraternizar con el enemigo" cuando financia el CSID.
El CSID me irrita particularmente, dado que parece ser una institución islamista dependiente únicamente del patrocinio del gobierno americano; en el 2004, el reportero de investigación Joel Mowbray descubría que un sorpredente 90 % de la financiación del CSID provenía del contribuyente americano.
El mes pasado, Joshua Muravchik llamaba "infundadas" a mis críticas a Gershman en un análisis en la página web de la revista Commentary titulado "Pipes vs. Gershman". No encuentro esto asombroso en absoluto, dado que los dos comparten mucho a modo de contexto - ambos provienen de un contexto Shachtmanita, habiendo servido los dos por separado como presidentes de la Liga Socialista de la Juventud, habiendo librado la guerra fría los dos con distinción - y ambos son aficionados en lo que respecta al islamismo.
El examen de Muravchik del CSID extrae sus observaciones de una conferencia a la que asistió en el 2006, la cual encontró "una mezcla interesante" porque incluía a progresistas, simpatizantes de los islamistas, e islamistas. Explica:
Comparto el recelo de Pipes hacia los islamistas que profesan la democracia. Pero no espero que los demócratas musulmanes genuinos boicoteen a los islamistas que se llaman demócratas. Espero que debatan con ellos. Que es exactamente lo que sucedió en la conferencia del CSID … El CSID me pareció precisamente un escenario en el cual los "moderados" se enfrentaron a los islamistas. ¿Qué sentido tiene estigmatizar eso como "confraternizar con el enemigo?"
Muravchik recibía la respuesta a esta pregunta de los líderes intelectuales musulmanes verdaderamente moderados vinculados al Centro para el Pluralismo Islámico, en la forma de declaración conjunta, "Sobre Daniel Pipes y el Centro para el Estudio del Islam y la Democracia". Sus siete firmantes incluyen a Kemal Silay, de la Universidad de Indiana, Stephen Suleyman Schwartz, del CIP, Salim Mansur, de la Universidad de Western Ontario, y Jalil Mohammed, de la Universidad de California, San Diego - especialistas musulmanes en el Islam.
Precisan que Gershman y otros como él "carecen de cualquier conocimiento académico como intérpretes del Islam. Están desorientados y perdidos al tratar con musulmanes". En su ignorancia, dicen, Gershman ha creado en la National Endowment for Democracy "un sistema de valores que recompensa a los musulmanes radicales cuando no cometen actos contínuos de violencia, y especialmente si apoyan procesos electorales". El problema de la National Endowment for Democracy es que define modernidad simplemente como votar; hacerlo eclipsa "temas religiosos esenciales que sirven como pretexto al radicalismo islamista".
En cuanto a Muravchik, como Gershman, "pasa por alto muchos aspectos de la presente transformación del mundo islámico, en la cual la confrontación con el radicalismo es el tema central contemporáneo".
Su declaración conjunta llama al Centro para el Estudio del Islam y la Democracia "una fachada de algunos de los miembros más repulsivos del 'lobby wahabí' en América", incluyendo a Jamal Barzinji, Antony T. Sullivan, Louay Safi, y Abdulwahab Alkebsi. Los siete observan que "algunos de nosotros hemos participado en actos del CSID, pero dejamos de hacerlo al evidenciarse que su meta es simplemente maquillar de moderados a los radicales".
Con respecto a mis críticas al CSID, el grupo del Centro para el Pluralismo Islámico escribe:
Pipes ha puesto un límite a los radicales y rehúsa cruzarlo. Entiende, como nosotros, que hasta que los extremistas abandonen su ideología, su visión de una imposición "democrática" de un estado islámico sigue siendo peligrosa. En algunos sentidos es aún más peligrosa que la Jihad violenta de Al-Qaida, porque sumerge a los occidentales en un estado de despreocupación. La National Endowment for Democracy, al financiar al CSID, ha demostrado no poder trazar tal límite.
El CIP reitera mi punto clave:
Otros pueden excitarse al escuchar que la Hermandad Musulmana ha jurado abandonar la violencia en Egipto, si no en Israel. Nos no satisfacen tales promesas. No confiamos en ellas. Ni Pipes se da por satisfecho con tales promesas; ni confía en ellas. Resto de materias a un lado, esa cuenta por sí sola.
Su conclusión llama la atención:
Daniel Pipes no es musulmán. Pero al igual que nosotros, ha mirado directamente a los islamistas y ha visto el peligro que representan para el mundo. También ha reconocido a los moderados auténticos, y espera hacerlos imprescindibles en las deliberaciones de los occidentales. Por este motivo, le apoyamos en sus críticas a la National Endowment for Democracy y al Centro para el Estudio del Islam y la Democracia.
Carl Gershman, Joshua Muravchik, y yo somos aliados en la lucha general, pero diferimos en la cuestión del islamismo legalista. En cambio, Kemal Silay, Stephen Suleyman Schwartz, Salim Mansur, Jalil Mohammed, y los demás - especialistas en el Islam así como aliados - concurren conmigo.
En lo que respecta al islamismo, ¿no deberían Gershman y Muravchik ser mucho menos confiados en su juicio y asertivos en sus veredictos? Quizá ellos - y los demás conservadores dóciles con los islamistas - deban aminorar y aprender de aquellos que hemos estudiado, enseñado, y escrito sobre este tema durante décadas?