Traducido por AR
Es probable que el martes hayan muerto más norteamericanos víctimas de actos de violencia que en ningún otro día de la historia de Estados Unidos.
Dos partes son responsables de esta secuencia de atrocidades. La culpa moral recae exclusivamente en los asesinos que, hasta el momento, permanecen desconocidos.
La culpa táctica recae en el gobierno de Estados Unidos que ha fracasado en su principal responsabilidad: la de proteger a sus ciudadanos. Desde hace años, los especialistas en terrorismo han estado conscientes de este grave incumplimiento del deber. Ahora lo sabe todo el mundo. Pese a los constantes incidentes de terrorismo organizado desde hace 18 años (desde el estallido de un carro bomba en la embajada norteamericana en Beirut en 1983), Washington se ha negado a tomar en serio el problema.
He aquí algunos de sus errores:
Ver el terrorismo como un delito. Los funcionarios americanos han insistido en que el terrorismo es una forma de acitividad delictiva. Por consiguiente, se han propuesto como objetivo fundamental el arresto y enjuiciamiento de los que realicen actos violentos. Eso es correcto pero no es suficiente. Ese tipo de mentalidad legalista le permite a los planificadores, organizadores, recaudadores y comandantes terroristas continuar impunemente con su trabajo. Es decir, preparando ulteriores ataques. Un mejor enfoque es ver el terrorismo como una forma de guerra y definir como objetivos no sólo a los soldados de fila que realizan los actos de violencia sino a las organizaciones y gobiernos que están detrás de ellos.
Apoyarse excesivamente en la inteligencia electrónica. Es mucho más fácil colocar un gran micrófono en el espacio que agentes en la dirección de los grupos terroristas. Obviamente, esto no es suficiente. La planificación de ataques como los 11 de septiembre requieren una vasta preparación durante un largo período de tiempo así como la participación de mucha gente. Que el gobierno de Estados Unidos no tuviera la más mínima pista apunta hacia una negligencia criminal. Como han estado insistiendo críticos como Reuel Gerecht, los servicios de inteligencia norteamericanos tienen que aprender idiomas, apertrecharse culturalmente y hacer amigos donde hace falta.
No comprender la mentalidad del odio antinorteamericano. Edificios como el Centro Mundial del Comercio y el Pentágono son grandes símbolos del poderío militar y económico de Estados Unidos. El Centro ya había sido objeto de ataque a principios de 1993. Debería de haber estado claro que estos edificios eran objetivos claves y las autoridades deberían de haberles dado la protección adecuada.
Hacer caso omiso de la infraestructura terrorista en este país. Hay indicios de sobra sobre la existencia de una gran red de terrorismo islámico en Estados Unidos, visible para todo el que quiera verla. Suponiendo que los ataques en Nueva York y en Washington hayan sido sólo que parecieron ser, sólo afectaron a los que estaban en los edificios atacados o en su inmediata cercanía. Es probable que futuros ataques sean biológicos, diseminando gérmenes que, potencialmente, pudieran amenazar a todo el país. Cuando llegue ese día, la nación va a saber la verdadera devastación que puede ocasionar el terrorismo. Es ahora cuando hay que prepararse para ese peligro, y garantizar que nunca se haga realidad.