David C. Speedie, miembro y director del Programa de Compromiso Global Estadounidense en el Consejo Carnegie de Ética en las Relaciones Internacionales, escribió recientemente que me sigue "muy de cerca" y que mi trabajo carece de valor porque no critico "en modo alguno ningún aspecto de la política israelí".
Con ello dejaba implícito que soy un perro faldero del Gobierno israelí, que carezco de mente propia, y que no soy más que un relaciones públicas o un lobista de quienquiera que esté en el poder en Jerusalén; por tanto, mis consideraciones deberían carecer de trascendencia. Su descripción menoscaba mi papel como analista independiente y, por tanto, exige una refutación.
De hecho, a menudo estoy ampliamente en desacuerdo con las políticas israelíes, como muestra la siguiente lista, que no es exhaustiva. He estado en contra
- de todo el proceso de Oslo. Especialmente, de la ingenuidad de creer que uno puede hacer las paces con su enemigo;
- de las retiradas territoriales unilaterales (Líbano, Gaza);
- de que estuvieran a punto de entregar a Siria los Altos del Golán a cambio de un pedazo de papel;
- del empeño en el espejismo de que Mahmud Abás y otros dirigentes de la Autoridad Palestina quieren algo aparte de la eliminación de Israel.
- de que no plantearan en los años 50 la cuestión de los refugiados judíos procedentes de los países árabes;
- de que quisieran que los fondos del Organismo de Obras Públicas y Socorro de Naciones Unidas (OOPS) fueran a la Margen Occidental y a Gaza;
- de que liberen a presos, asesinos incluidos, y permitan que vayan a los territorios palestinos;
- de que subestimen la importancia de la opinión pública en las guerras modernas;
- de que no hagan nada para que el 20% de palestinos que aceptan el Estado judío se convierta en una mayoría;
- de la incompetencia estratégica de no luchar para ganar, sino para llegar a un acuerdo.
En resumen: defiendo un Israel que busque la victoria.
Mi desaprobación de las políticas israelíes es tal que un académico del país se tomó como algo personal reñirme públicamente (en el Jerusalem Post) por el carácter "condescendiente e insultante" de mi crítica a Samir Kuntar, lo que dio pie a un amplio debate sobre el tema entre él y yo. En una ocasión, el actual primer ministro de Israel estuvo una hora poniéndome verde por mi descripción de su diplomacia con el régimen de Hafez al Asad en 1998.
Evidentemente, alguien que afirma que nunca critico a Israel no me sigue "muy de cerca". Y está claro que tampoco tiene en cuenta la lista anterior. Le gustaría, más bien, tenerme protestando por los controles fronterizos, por la ocupación, por los asentamientos, por el muro segregacionista, por la judaización de Jerusalén y porque Gaza sea "una prisión a cielo abierto". Pues bien, no, mis críticas vienen del lado opuesto. Pero eso no debería despejar de forma menos efectiva cualquier insinuación de que estoy influido.