El representante de la entidad sionista es evidentemente incapaz de disimular su arraigado odio al mundo árabe por haber destapado la reconocida explotación de sus recursos naturales por su parte, sometidos y robados por una cábala de los suyos que controla y manipula y explota al resto de la humanidad controlando el dinero y la riqueza del mundo… A diario personas como Lord Rothschild, en clandestinidad hermética, deciden deslumbrar al mundo con lo elevado del precio del oro en cualquier jornada concreta. Y está el sudafricano Oppenheimer, que tiene 15 millones de negros esclavizados para explotar y monopolizar los diamantes, el uranio y los demás recursos naturales preciosos que pertenecen por derecho a la pujante población africana de Sudáfrica y Namibia. Es un hecho conocido que los sionistas son los más ricos del mundo y que controlan su destino.
Olvidemos las referencias a "la entidad sionista" o "la pujante población africana de Sudáfrica y Namibia" y que estas palabras se podrían haber escuchado en una concentración Nazi de los años 30. Fueron pronunciadas en diciembre de 1980 y no por boca de un miembro de la derecha radical, sino de Hazim an-Nusayba, representante de Jordania ante las Naciones Unidas. Además, aunque inusualmente francas y provocadoras, estas declaraciones distan mucho de ser extraordinarias: intervenciones parecidas acerca de una conspiración judía mundial se escuchan con regularidad en boca de los líderes muchos países musulmanes de Oriente Próximo. Atacan a los judíos, sin ya simular distinguir entre los israelíes y ellos.
Esto es desconcertante, dado que hasta hace poco los musulmanes no contaban en su léxico con algo equivalente al antisemitismo cristiano. Los judíos llevaban viviendo entre los musulmanes desde tiempos de Mahoma sin llegar nunca a ser blanco de ataques inverosímiles y rudimentarios como los del embajador jordano. Pero si bien las nociones de conspirativismo judío son ajenas al islam, hoy se escuchan con la mayor de las frecuencias entre musulmanes. ¿Cómo llegó a suceder esto? ¿Qué impacto tiene?
Contexto
Antes de abordar estas preguntas, hay que aclarar dos extremos lingüísticos. En primer lugar, antisemitismo aludiría en principio a todas las poblaciones que practican idiomas semitas, no sólo los judíos, sino también los árabes y los etíopes, entre otros. En la práctica, se refiere exclusivamente a los judíos - como puso en evidencia la colaboración entre los líderes árabes y los Nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Los árabes protestan ocasionalmente diciendo que en calidad de semitas, son incapaces de practicar el antisemitismo, pero se trata de un artificio semántico; con independencia de su origen etimológico, el término antisemitismo se refiere en exclusiva a la opinión anti-judía. Los árabes son tan proclives a esto como cualquiera que hable un idioma indoeuropeo.
En segundo lugar, hay que hacer una distinción entre el antisemitismo cotidiano - rechazar a los judíos e imputarles diversos rasgos censurables - y el temor morboso a los judíos. La aversión a los judíos entra dentro de los patrones normales de racismo racial, étnico y religioso, y aun no siendo agradable o inofensivo, no difiere de forma sustancial de los prejuicios contra las demás minorías. La segunda categoría de antisemitismo es muy distinta. Va mucho más allá de la hostilidad étnica o religiosa que acusa a los judíos de amenazar realmente al mundo. Antes del siglo XVIII, esta amenaza se concebía en términos teológicos: Los judíos eran considerados enemigos del cristianismo. Desde entonces, el hincapié se ha secularizado, de forma que el antisemitismo moderno cuenta como su móvil central la noción de que hay que temer a los judíos porque aspiran al dominio del mundo a través del conspirativismo económico y político. Que los musulmanes no estuvieran familiarizados con este segundo nivel de antisemitismo hasta hace poco no resulta sorprendente, al tratarse de una noción característicamente cristiana que se desprende de las relaciones arcaicas con los judíos y se remonta al nacimiento mismo del cristianismo nada menos.
Los cristianos albergan opiniones alambicadas de los judíos, derivadas en parte como mínimo del vínculo ambiguo que les une: Jesucristo era uno de ellos pero rechazaba muchas de sus costumbres; los cristianos aceptan las escrituras hebreas pero las interpretan bajo una luz diferente; los judíos no aceptaron a Jesucristo como mesías, y a ellos se les achaca su crucifixión; hay cristianos convencidos de que la Segunda Venida de Jesucristo no se producirá hasta que todos los judíos se conviertan. Por estas razones entre otras, los judíos no pueden sino ocupar un lugar capital en la consciencia cristiana; nunca se puede prescindir de ellos. Hasta los cristianos no creyentes conservan nociones del papel especial de los judíos en su civilización. Por la misma razón, las poblaciones cristianas no pueden ser indiferentes al estado de Israel. Ya sean partidarios o no, Israel no puede ser para los cristianos un país mucho más indiferente que para los judíos. Las relaciones van mucho más allá de la simple indiferencia.
Si los judíos sufrieron en Occidente la desproporcionada atención cristiana, en los países musulmanes tuvieron la buena fortuna de ser menos significativos y menos relevantes en la misma medida. En Europa los judíos eran casi los únicos "infieles" con los que se toparían alguna vez los cristianos y se desmarcaban muy visiblemente en lo que por lo demás era un clima religioso bastante homogéneo. En el mundo musulmán, en contraste, los judíos eran una minoría de tantas; aunque importantes en el desarrollo temprano del islam, no interpretaron un papel relevante en la posterior vida musulmana. Como resultado, nunca llegaron a penetrar tan profundamente en la consciencia musulmana.
En general, los musulmanes adoptan una visión algo paternalista de las demás religiones. En su opinión, el islam es la única religión verdadera y eterna y si bien las demás confesiones albergan una parte del mensaje de Dios, si no todo, inevitablemente lo distorsionan. Por tanto, los judíos se equivocan al creer que la religión de Dios es su exclusiva, y los cristianos se equivocan al adorar a uno de los mensajeros de Dios como si fuera Dios Mismo. (El Corán acepta a Jesús como profeta y mesías, pero le rechaza como hijo de Dios).
El musulmán está tan firmemente convencido de la perfección del islam que no puede llegar a captar la razón de que judíos y cristianos sigan practicando sus versiones imperfectas y desfasadas de la verdad. Este convencimiento puede verse en la respuesta musulmana a las discrepancias entre los discursos coránico y bíblico. Aunque el Corán vino mucho después de la Biblia, los musulmanes no dudan a la hora de afirmar que su versión de algunos de los acontecimientos centrales del judaísmo y el cristianismo es la correcta. Así, Abraham vivía según el Corán en la Meca, y Jesucristo nunca fue crucificado. El Corán también insinúa que la Trinidad cristiana está integrada por Padre, Hijo y Espíritu Santo. Los cristianos no pueden convencer a los musulmanes de que se trata de una noción imperfecta, o cismática en el mejor de los casos, dado que los musulmanes consideran que el Corán no alberga defectos.
Por extraño que parezca, esta misma confianza ha permitido al islam tolerar a las minorías mejor que el cristianismo, como puede verse en la mayor diversidad religiosa de Oriente Próximo con respecto a Europa. Mientras satisficíeran determinados criterios (la posesión de escrituras sagradas sobre todo) y no cuestionaran la categoría del islam, los no musulmanes podrían vivir bajo gobierno musulmán al amparo de la categoría legal de dhimmis (protegidos). Pagaban impuestos más elevados y disfrutaban de menos privilegios, a cambio de lo cual tenían derecho a practicar sus propias religiones. La tolerancia oficialista de esa naturaleza carece de réplica cristiana; con el islam, los judíos eran ciudadanos de segunda pero parte del ordenamiento legal, no la anomalía problemática que representaban para el mundo cristiano.
A nivel histórico, judíos y cristianos eran objeto de trato equivalente bajo gobierno musulmán. Mahoma en persona mantuvo relaciones irregulares con los judíos, por lo que son condenados varias veces en el Corán. Pero los judíos rara vez llegaron a amenazar la supremacía política musulmana aun así, mientras que los cristianos iniciaron importantes ataques a los musulmanes empezando por los bizantinos, pasando por los Cruzados y acabando en el imperialismo europeo moderno. Por este motivo en parte, los judíos en general sobrevivían mejor al gobierno musulmán que los cristianos. De hecho, hay zonas como Yemen o el norte de África en las que el cristianismo feneció y sólo perduró el judaísmo.
Los judíos parecían raros en la Europa cristiana: sus peculiares costumbres culinarias, su inusual vestimenta y su gusto por vivir al margen les hacían diferentes y anómalos. Pero los musulmanes tenían costumbres alimentarias, códigos de vestimenta y ordenamientos equivalentes, de forma que encontraban las costumbres judías muy normales. También a nivel cultural, los judíos participaban en la vida musulmana convencional, como nunca llegaron a participar en la Europa cristiana premoderna. Siendo una minoría de tantas - pasando desapercibidos y viviendo según costumbres relativamente familiares - los judíos despertaban escaso interés musulmán. En conjunto, la vida judía florecía bajo gobierno musulmán en los buenos tiempos de los musulmanes y se deterioraba en los malos tiempos. Si bien la categoría de dhimmi implicaba la discriminación institucionalizada, también se traducía en que los judíos pocas veces se encontraban con persecuciones sistemáticas. En tiempos premodernos, vivían acusadamente mejor con el islam que con el cristianismo.
El siglo XIX
Las posturas musulmanas hacia los judíos empezaron a cambiar durante el siglo XIX. La conquista napoleónica de Egipto en 1798 puso en contacto directo e intenso con la Europa moderna a los musulmanes de Oriente Medio. Tras muchos siglos de burlarse de "los francos", los musulmanes contemplaban atónitos y desesperados que los cristianos de la Europa Occidental les superaban en riqueza y poder. Los cristianos disponían de tecnologías más avanzadas, de instituciones más desarrolladas, de una cultura más dinámica y de la medicina moderna. En el transcurso del siglo XIX desbancaron a la mayoría de los gobernantes musulmanes, de manera que para la Primera Guerra Mundial, contados países islámicos seguían disfrutando de la independencia.
Al igual que otras poblaciones no occidentales, los musulmanes respondieron aprendiendo las costumbres occidentales. Admiraban y aspiraban a copiar no sólo las técnicas económicas y militares occidentales, sino también múltiples facetas de la cultura política europea, incluyendo sus teorías sociales y sus modas culturales. Junto a muchas cosas más, también aprendieron el antisemitismo. Como era de esperar, los cristianos arabeparlantes del Levante demostraron ser los más receptivos a las teorías de la tradición judía. En 1840, por ejemplo, cuando un sacerdote italiano y su criado oriundo desaparecieron de Damasco, los católicos autóctonos apoyados por el cónsul galo vertieron la antigua acusación del "libelo de sangre" contra la población judía local. Apoyados por los europeos afincados en la zona, los cristianos de Oriente Próximo jugaron un importante papel a la hora de inculcar nociones antisemitas a los musulmanes.
Europa no sólo administró el antisemitismo a los musulmanes, también les hizo sentirse débiles y por tanto expuestos a ideas antisemitas. Los musulmanes llevaban tiempo acostumbrados a sentirse triunfadores en cuestiones mundiales. La agitada historia del ascenso de Mahoma de huérfano a gobernante de Arabia; las fenomenales conquistas arábigas que llegaron a Francia y China en menos de un siglo; los grandes imperios medievales, con su éxito comercial y su distinguida cultura - todo esto generó una expectativa musulmana de poder y riqueza. ¿Qué había salido mal entonces? ¿Cómo habían adelantado a los musulmanes los menospreciados francos? Aun hoy, tras muchas décadas de debate, esta pregunta no ha sido respondida satisfactoriamente.
Las teorías conspirativas han servido para amortiguar la caída. La idea de una mano negra que manipula los acontecimientos reviste en la política del Oriente Medio moderno una importancia extraordinaria, dado que aparentemente muchos musulmanes necesitan creer que unos agentes malévolos les han robado el éxito que les corresponde. A menudo es Estados Unidos quien desempeña este papel. Así, cuando los árabes no pudieron aceptar la catastrófica derrota que les infligía Israel en junio de 1967, la achacaron al apoyo estadounidense clandestino. Más recientemente, los iraníes han elevado la paranoia conspirativa a nuevas cotas, y los dos bandos de la guerra Irán-Irak acusaron inicialmente a Estados Unidos de estar apoyando al otro. Las teorías conspirativas sionistas están todavía más extendidas, como veremos enseguida.
Si los agravios musulmanes contra los judíos venían siendo inexistentes durante el periodo premoderno, durante la era colonial crecieron sustancialmente. Los judíos recibieron un trato privilegiado de los colonos europeos, sobre todo de los franceses, que precisaban de ayuda local a la hora de administrar sus imperios pero temían y desconfiaban de los musulmanes sunitas. Recurrían en busca de ayuda a no musulmanes sobre todo, ofreciéndoles toda clase de privilegios sociales y económicos. Los judíos aprovecharon rápidamente estas oportunidades y ganaban privilegios con respecto a sus vecinos musulmanes; liberados de la condición de dhimmi, progresaban en los sentidos que justamente más ofendían a la sensibilidad musulmana y provocaban su resentimiento. Cuando finalizó el gobierno europeo, la población judía local se enfrentó a las iras acumuladas durante décadas, y a menudo no tenían más remedio que huir. La retirada francesa de Argelia en 1962, por ejemplo, también auguró el éxodo judío integral de aquel país.
La reacción a Israel
A pesar de estos agravios locales, al mundo musulmán no le inquietaron los judíos hasta el período inmediatamente anterior a la autodeterminación judía. La creación del Estado de Israel en 1948 fue un acontecimiento impactante, hasta traumático, dado que significaba que de un golpe los judíos se zafaban de su posición de dhimmi, conquistaban parte del patrimonio musulmán y se convertían en gobernantes de musulmanes. La fortaleza cristiana ya era mala, pero que los judíos - los súbditos por excelencia - desbancaran a los musulmanes era demasiado. Los musulmanes tenían que explicar al mismo tiempo su propio fracaso devastador y la inesperada fuerza de los judíos.
Familiarizados con la cultura europea cristiana, receptivos a teorías conspirativas, acusando el éxito económico de los judíos y escandalizados por la creación de Israel, los musulmanes árabes recurrieron al antisemitismo. Durante la década de los 50, a instancias del régimen egipcio de 'Abd an-Nasir, un buen número de obras antisemitas fueron traducidas al árabe y posteriormente fueron publicadas y difundidas por todo el mundo árabe. La famosa falsificación rusa Los protocolos de los sabios de Sión se publicaba en nueve ediciones independientes en los años 50 y 60, auspiciada una de ellas por un hermano de Jamal 'Abd an-Nasir. En marzo de 1970, un periódico libanés enumeraba Los protocolos a la cabeza de su lista de obras más vendidas en la categoría de no ficción. A los pocos años, la mayoría de las temáticas antisemitas más presentes del repertorio europeo estaban ampliamente diseminadas en árabe, con adaptaciones para dar cabida a las peculiaridades locales y con todo tipo de adornos añadidos a la traducción.
Los Nazis también contribuyeron enormemente a familiarizar con el antisemitismo a los musulmanes. Sacando tajada del resentimiento de Oriente Próximo contra el gobierno Aliado de los años 30 y 40, crearon estrechos lazos con importantes elementos políticos de Egipto, Palestina, Irak e Irán entre otros lugares. El patrocinio Nazi del antisemitismo lo hizo ideología viva en el mundo árabe; antiguos Nazis ocuparon más tarde cargos destacados en el gobierno de 'Abd an-Nasir durante los 50.
En gran medida el antisemitismo acompañó a la hostilidad política hacia Israel - no la provocó. Se trata de una distinción importante: si bien fue el antisionismo (es decir, el horror a la soberanía judía sobre territorios pertenecientes en tiempos a musulmanes) lo que empujó originalmente a los países árabes a combatir a Israel, el antisionismo por sí solo no puede explicar el extraordinario papel interpretado por Israel en la vida política árabe desde entonces. El mérito de eso tiene que ser del antisemitismo. La obsesión árabe con Israel durante los treinta últimos años depende para su sustento del palmarés de ideas antisemitas importadas de la Europa cristiana. Sin esta ideología, los árabes no podrían haber mantenido su oposición en extremos tan febriles. (Ni en el apogeo del conflicto argelino los árabes vilificaban a los franceses tanto como a los judíos, aun habiendo un conflicto mucho más activo y brutal contra un enemigo mucho más poderoso). Aunque la hostilidad a Israel tiene orígenes autóctonos, su transformación en la causa árabe más presente con diferencia ha dependido de la difusión de una ideología antisemita. En ausencia de tal ideología propia, los musulmanes adoptaron la inventada por los cristianos.
A estas alturas la mayor parte de los principales rasgos del antisemitismo cristiano han sido absorbidos de manera integral por el mundo musulmán árabe. Los judíos han dejado de ser una minoría cualquiera de Oriente Próximo - de repente son tan anómalos como lo fueron en Europa durante siglos. Los rumores de libelos de sangre y cábalas han ganado protagonismo generalizado, las viñetas desagradables de judíos ocupan la prensa árabe y los libros de texto, el discurso de salón acerca de la explotación económica judía no tiene réplica y los judíos todavía afincados en países como Siria o Irak son objeto de persecuciones auspiciadas por la administración. Pocas veces tendrá lugar en el mundo árabe un percance que no sea achacado a los judíos. Lo más importante es que los árabes han acaparado la noción de una conspiración judía mundial, popularizada primero en Los protocolos de los sabios de Sión, y le han insuflado nueva vida.
La idea de la conspiración mundial reviste varias ventajas evidentes en la lucha árabe. Hace siniestra la existencia misma de Israel; amortigua la realidad de las derrotas reiteradas a manos de Israel; hace que Israel aparente ser más peligroso y agita así las pasiones destructivas de la población árabe que de lo contrario podrían ceder al paso del tiempo. Finalmente, al vincular el conspiracionismo sionista con el imperialismo europeo, los árabes se granjean la simpatía generalizada a su causa entre las antiguas colonias del Tercer Mundo.
Durante los años 50 y 60, el mundo en general no tuvo noticias del antisemitismo árabe. El conspiracionismo sionista era divisa común en la retórica política árabe pero cumplía principalmente fines internos y no trataba de convencer de su validez al resto. Había excepciones, por supuesto, como cuando en tiempos del Vaticano II, los diplomáticos árabes se emplearon a fondo para presionar a la iglesia con el fin de que no se exculpara de la muerte de Jesucristo a los judíos. Pero durante la mayor parte del tiempo, los no árabes no fueron conscientes apenas de la creciente importancia de las ideas antisemitas en Oriente Medio.
Cambios durante los setenta
Todo esto cambió durante la década de los años 70. Los árabes han dejado de confinar su antisemitismo al ámbito interno y realizan esfuerzos denodados por difundirlo a nivel internacional, repatriándolo, por así decirlo, a su ámbito cristiano. Dos sucesos están tras este cambio: la aparición de nuevos líderes en Oriente Próximo y la gran proliferación del crudo.
Líderes virulentamente antisemitas llegaron al poder durante este periodo en Arabia Saudí, Libia e Irán. Los dictadores saudíes vinculaban desde hacía tiempo sionismo con comunismo, pero el conflicto de 1967 agravó su antisemitismo, y el escalafón gobernante que se hizo con el poder a la muerte del rey Faisal en 1974 abundaba aún más que él en ello. Los saudíes promovieron abiertamente el antisemitismo antes que ningún otro país de Oriente Próximo; a los dignatarios de visita se les regalaban con frecuencia ejemplares de Los protocolos, y todavía se regalan. Se regalan ejemplares en la Asamblea Consultora del Consejo de Europa en Estrasburgo. Faisal habría subvencionado personalmente al parecer la impresión en el Líbano de 300.000 ejemplares en multitud de idiomas. (Viviendo en Túnez en 1970, me hice con un ejemplar en francés distribuido sin coste por el consulado saudí).
En Libia, la situación cambió de forma todavía más dramática. El Coronel Mu'ammar al-Gadafi, que se hizo con el poder en 1969, creció idolatrando a Jamal 'Abd an-Nasir. Sus ideas políticas estaban copiadas sobre todo de las emisiones de "La voz de los árabes" en Radio El Cairo, que en aquellos años estaban trufadas de antisemitismo. Gadafi ha convertido la destrucción de Israel en su principal prioridad; también ha recomendado Los protocolos a la prensa occidental como "el documento histórico más importante". En Irán, el ayatolá Jomeini también ha hecho del antisemitismo virulento una clave de sus ataques al Sha. Jomeini parece haber recogido nociones antisemitas bastante avanzada su vida, quizá durante su paso por el Irak baazista entre 1964 y 1978.
Las opiniones de estos líderes musulmanes no tendrían ninguna relevancia fuera de Oriente Próximo de no ser por el extraordinario auge del petróleo que comenzó alrededor de 1970. La recaudación de los países productores se duplicaba hacia 1973, se cuadriplicaba entre 1973 y 1974 y volvía a duplicarse entre 1978 y 1979. Los miembros de la OPEP se hacían de repente con riquezas e influencias sorprendentes. Los líderes saudíes y Gadafi en especial aceptaron su poder, y a su manera ambos lograron una influencia internacional sustancial. Sus esfuerzos añadieron una nueva dimensión entera al antisemitismo en Oriente Próximo. Gracias a su patrimonio petrolero, los países árabes se hacían con los medios para difundir mentiras acerca de los judíos por todo el mundo y para garantizar que estas opiniones acarreaban peso.
La influencia árabe se desprendía de tres fuentes - la venta de crudo, la compra de bienes y servicios, y las dádivas. En la competencia por el abastecimiento energético durante los años 70, muchos países occidentales consideraron las buenas relaciones con los países árabes una prioridad acuciante, e hicieron numerosas concesiones. No menos importante que la venta del crudo, los países árabes compraban bienes y servicios a escala masiva, pagando normalmente precios por encima del mercado. Para muchas empresas, hacerse con un contrato árabe podía representar fácilmente la diferencia entre un ejercicio mediocre y unos resultados fabulosos. Los países productores representaban negocios para todo hijo de vecino: financieros, abogados, industriales, empresas de logística, armadores, arquitectos, científicos, académicos, publicistas y hasta gobiernos.
Los empresarios occidentales destacaban de forma invariable la importancia extrema de la relación personal al hacer negocios en Oriente Medio, donde los contratos pendían de las buenas relaciones entre compradores más que de cualquier relación entre calidad y precio. En plata, esto se traducía en la necesidad de acuerdo en torno a la cuestión que con mayor frecuencia y con la mayor de las pasiones planteaban los árabes: Israel. Los políticos inquietos por el abastecimiento del crudo y los comerciales en busca de contratos sabían que tenían que mostrar sensibilidad y simpatía hacia la opinión árabe de Israel; como era de esperar, estas presiones empezaron a cambiar sus opiniones. Puesto que en estas transacciones los árabes tenían la sartén por el mango y también tenían las opiniones más firmes, sin excepción se les daba cabida y sus opiniones acabaron por contagiarse a las instituciones que negociaban con ellos - ministros de exteriores y multinacionales petroleras de la forma más dramática, pero también muchos más. Aun no albergando tales opiniones con anterioridad, y sin llegar a ser tan francos como Billy Carter, famoso por observar que "hay muchísimos más árabes que judíos", las plantillas advertían con rapidez que una pizca de antisemitismo ayudaba a hacer amigos y cerrar contratos en Oriente Próximo.
Los países árabes no sólo brindaban importantes mercados nuevos, sus gobiernos y su ciudadanía también pasaban a ser los filántropos más destacados del mundo. En momentos en que muchas otras fuentes de ingresos se agotaban (producto de las subidas del precio de la gasolina), la riqueza de la OPEP atraía a todos los que esperaban obtener dinero - desde países africanos necesitados de infraestructuras a universidades norteamericanas en busca de donaciones. Los países árabes cobraban un aura de riqueza que les otorgaba influencia hasta cuando no daban dinero. Cuando lo daban, la competencia era fuerte, y los receptores potenciales de la generosidad árabe competían entre sí a través de manifestaciones de hostilidad eterna hacia Israel.
Con estos métodos, los árabes lograron convertir a Israel en un paria de la política internacional, objeto de más polémicas - y de más votaciones parciales - en las Naciones Unidas que ningún otro país. Igual que la Europa cristiana achacó a los judíos los diversos males de su entorno, un surtido de países manifestaba con regularidad su odio a Israel y le achacaban cualquier problema. Con más de una veintena de votos en las Naciones Unidas, el control de la mayor parte de las reservas del mundo y vastos recursos financieros, los árabes tenían la influencia para imponer sus opiniones al resto y la utilizaron para elevar el antisemitismo a la categoría de la política internacional.
La Unión Soviética ha sido por supuesto un socio valiosísimo de esta empresa, al descubrir que Israel era útil para atraer el consenso antioccidental a nivel internacional y justificar sus propias políticas antisemitas a nivel interno. De las grandes potencias, Francia y Japón eran las que más se empleaban para evitar ofender a los árabes, pero como puso de manifiesto la "iniciativa europea" del Mercado Común en 1980, este enfoque se contagió eventualmente a gran parte del mundo occidental.
Y no sólo al mundo occidental - se apuntaron más países musulmanes, hasta los que no tenían judíos. Un análisis informativo paquistaní destacaba que "Se sabe que los judíos secuestran a menores cristianos, los torturan y los matan". Cuando fundamentalistas musulmanes de Indonesia secuestraron un aparato comercial, una de sus exigencias fue la expulsión de "todos los agentes judíos" de Indonesia. Malasia despunta como hervidero del antisemitismo. El Primer Ministro Majadir Mohamed escribió una obra titulada El dilema malayo que ataca a los judíos ("su codicia y destreza financiera les entregaron el control comercial de Europa") y un secretario malayo anunciaba con motivo de la "Jornada Antijudíos" de 1986 "nuestra determinación es destruir a los judíos". El caso más peculiar quizá fue la negativa del gobierno malayo a permitir la visita de la Filarmónica de Nueva York para interpretar el Schelomo: Rapdosia hebrea para cello y orquesta de Ernest Bloch, lo que condujo a la cancelación del concierto de la Filarmónica en Kuala Lumpur en 1984.
Aun así, hay que destacar que entre los musulmanes, el antisemitismo, aun ganando tirón, sigue siendo sobre todo un arma política y no una enfermedad social avanzada. El caso de Anwar as-Sadat es prueba de esto: en 1953 escribió un panegírico de Hitler ("Puede enorgullecerse de haberse convertido en el líder inmortal de Alemania") y en 1979 firmó la paz con Israel.
Sensibilidad occidental
La cooperación dispuesta de muchos occidentales - grupos Protestantes, activistas de derechos humanos, prensa, comités docentes y un número cada vez mayor de progres - que por un amplio abanico de motivos buscaban un foro respetable en el que dar salida a sus propias opiniones de los judíos ha aumentado enormemente el impacto del antisemitismo musulmán.
Hay muchas organizaciones en América cuya única actividad parece ser la supervisión y valoración de cada medida israelí, y que parecen conocer en sorprendente detalle las irrelevancias de la vivienda en Cisjordania, de la propiedad de las eléctricas en Jerusalén, del uso de las aguas del río Jordán y de las expropiaciones que se fallan en los tribunales. Tales grupos se oponen públicamente a cualquier intento de defensa israelí, ya involucre ir a por la OLP en el Líbano, comprar armas norteamericanas, detener a terroristas o bombardear el reactor nuclear iraquí. Exhiben tal placer vertiendo acusaciones de tortura u otras vejaciones cometidas por los israelíes que tienta creer que su verdadero objetivo es atacar a los judíos, no ayudar a los árabes.
Nada evidencia esto con tanta claridad como la inquietud humanitaria que se dedica a los palestinos. En virtud de cualquier rasero relativo, las cuestiones de derechos humanos que implican a Israel son irrelevantes: los palestinos son escasos en comparación con las demás poblaciones desplazadas tras la Segunda Guerra Mundial (alemanes, coreanos, hindúes, paquistaníes); no se enfrentan a la hambruna; su integridad física no corre peligro. ¿Por qué genera pues su tesitura prácticamente tanta inquietud como los demás refugiados juntos? ¿Qué pasa con los tártaros de Crimea, arrancados de su patria el 18 de mayo de 1944 de la noche a la mañana teniendo prohibido desde entonces poner un pie? ¿Qué pasa con los refugiados judíos de los países árabes? La tristeza de un campamento palestino de refugiados no puede compararse con la angustia de los vietnamitas o los camboyanos, y entre las poblaciones musulmanas, somalíes y afganos han sufrido tribulaciones mucho peores. Teniendo en cuenta los demás problemas de refugiados que despiertan tan escasa o ninguna atención, es difícil evitar la conclusión de que el bienestar palestino reviste interés para muchos exclusivamente en la medida en que pueda utilizarse para perjudicar a los judíos.
Los enemigos de Israel justifican su obsesiva preocupación por ello señalando la importancia vital del estado judío a la hora de poner en peligro el abastecimiento petrolero árabe y debilitar su oposición a la Unión Soviética. Con que Israel accediera a los deseos árabes, reza la lógica, Oriente Próximo sería más estable; esto paliaría, a su vez, la preocupación energética norteamericana y el peligro soviético en la misma medida. En la práctica, aducen los enemigos de Israel, el destino de Oriente Próximo entero, con sus masivos recursos naturales, pende del minúsculo Israel. De ahí la intervención escuchada en el Líbano en 1982 de que "el abastecimiento iraní del crudo barato a Israel fue la causa de la saturación mundial". Estos improbables análisis recuerdan rudimentariamente a la noción de que la Segunda Venida aguarda a la conversión de los judíos. En ambos casos, los judíos son cruciales para el destino del mundo - y en los dos, el papel voluntario que les es otorgado plasma e invita al antisemitismo.
En la práctica, Israel no es tan importante en Oriente Próximo. Al margen de boicots temporales e insostenibles, no ha influenciado por ahora de forma significativa el comercio internacional del crudo; el conflicto árabe-israelí ha tenido un impacto mucho menor sobre el abastecimiento del crudo que los sucesos acaecidos dentro de los propios países productores, como la revolución iraní o la guerra irano-iraquí. Tampoco existe ninguna razón para que esto cambie. En cuanto a la amenaza soviética, Israel, lejos de poner en peligro a la región, es el socio más solvente de Occidente allí, el único país estable políticamente de Oriente Próximo y el único con la voluntad y los medios para oponerse a las incursiones soviéticas.
Al orquestar su campaña contra Israel, los portavoces árabes han puesto gran énfasis en distinguir el antisemitismo del antisionismo, pero en la vida real esta diferenciación resulta ser irreal. Aunque en teoría, la hostilidad hacia Israel no afectaría por fuerza a los judíos del resto del mundo (y los portavoces árabes reiteran esta idea hasta la náusea), el hecho de que la gran mayoría de los judíos apoyen activamente la causa de Israel hace que a la hora de hacer cuentas, el antisionismo no aparente ni se intuya distinto del antisemitismo. Si el antisionismo fuera realmente su única preocupación, los terroristas palestinos no matarían a viajeros, empresarios o menores judíos de Europa Occidental; tampoco armarían ni formarían a los grupos paramilitares neonazis alemanes, como ha salido a la luz. El número de distinguir entre antisionismo y antisemitismo no se sostiene.
Pero patrocinar actos de violencia contra judíos no es el peor problema que genera el antisemitismo musulmán; la influencia de los países árabes sobre muchas de las instituciones clave del mundo occidental reviste peligros mucho mayores a largo plazo. En la medida que pueden, Arabia Saudí y Libia entre otros gobiernos boicotean de una forma patente a los judíos, con independencia de su orientación política. Ciertos países árabes se niegan a expender permisos a judíos y ordenan a sus representantes que eviten tratar con ellos. Por primera vez en cuestión de décadas, existen incentivos reales para hacer judenrein las instituciones. En Estados Unidos hay leyes que prohíben esto, pero con atención e imaginación, pueden saltarse.
Los esfuerzos árabes tienen importantes implicaciones para la posición de los judíos en muchos negocios punteros, firmas, universidades y hasta instancias públicas. (Las presiones árabes han tenido mucha menor influencia sobre la pequeña empresa, los periódicos locales, las facultades universitarias y los políticos locales - que tienen poco que ofrecerles - que sobre las multinacionales, los imperios de la prensa, las cadenas nacionales, las universidades más grandes y el gobierno federal. Estas instancias mantienen contacto frecuente con los árabes y sacan la mayor tajada complaciéndoles. Y ellas marcan la pauta de las instituciones menores). Las posturas árabes convierten a los judíos en un lastre a la hora de hacer negocios. Como destacaba un empresario estadounidense tras cerrar un acuerdo, los libios "simplemente no quieren negociar con judíos ni con cualquiera que lo haga". En el mejor de los casos, los judíos eran instados de forma tácita a alejarse de las cuestiones de Oriente Próximo; en el peor, son considerados lastres potenciales que pueden presentar demandas o causar un escándalo en la prensa; es mejor no darles ningún trabajo y evitar complicaciones.
En un momento dado, hasta el Cuerpo de Ingenieros del ejército estadounidense admitió haber excluido a los oficiales judíos de los proyectos en Arabia Saudí. Los líderes saudíes se negaban no hace mucho a aceptar a un importante diplomático británico como embajador al saber que era judío. Gadafi ha afirmado públicamente que la mejora en las relaciones libio-norteamericanas sólo puede tener lugar si no hay judíos en cargos de influencia en el Consejo de Seguridad Nacional o el Departamento de Estado.
No es solamente el mundo del comercio internacional o la diplomacia donde los judíos se ven afectados por el antisemitismo árabe. Los saudíes destinan dinero a un amplio abanico de grupos antijudíos, incluyendo los que difunden literatura revisionista. Por poner un ejemplo, el autor del libro Los seis millones detenidamente William Grimstead, trabajó después de 1977 como representantes saudí.
Algunos de los ejemplos mejor documentados de discriminación de los judíos proceden de las universidades, quizá de catedráticos con plaza fija que no tienen miedo a las consecuencias de despacharse. Los países árabes ofrecen a menudo becas y contratos a las universidades norteamericanas que discriminen a los judíos. Casi invariablemente, tales becas llegan con condiciones, vinculadas a menudo a los departamentos de estudios islámicos y de Oriente Medio. Los donantes esperan promover sus opiniones en política y religión y raramente hacen algún esfuerzo por ocultar sus intenciones. Desalientan de la docencia del hebreo, hacen lo que pueden para sacar los estudios judíos de los programas de Oriente Próximo y presionan para borrar a Israel del plan de estudios de una tacada. No hace falta decir que las instituciones académicas que reciben fondos de países árabes o de sus socios comerciales (de petroleras y constructoras en particular) son objeto de importantes presiones para dar cabida a estos deseos, creando una atmósfera hostil a los judíos (y todavía más a los israelíes).
El caso de un joven catedrático israelí de la Universidad de Texas causó sensación en las portadas cuando el Centro de Oriente Próximo de allí trató de impedir su nombramiento por el departamento de Historia, temiendo que su presencia alejara a los donantes árabes. Aun algunos de los centros académicos más prestigiosos excluyen en la práctica a los judíos de los cargos docentes árabes e islámicos; nadie admite abiertamente esto, por supuesto, pero el patrón de contrataciones es demasiado consistente para ser coincidencia, a la luz sobre todo de los muchos estudiantes y licenciados judíos en estos campos.
Las presiones árabes se vuelven en ocasiones tan flagrantes que se ven obligadas a intervenir fuerzas externas. El gobierno saudí donó a la Universidad del Sur de California en 1976 un millón de dólares para crear la Cátedra Rey Faisal de Estudios Árabes e Islámicos. Condición de la donación era "el entendimiento" de que "el primer titular de la plaza sea el Profesor Willard A. Beling [y que] los futuros titulares sean elegidos por la Universidad en consultas con el Ministerio de Educación Superior saudí". No hace falta decir que los gobiernos extranjeros no llegan a exigir tales derechos en los nombramientos docentes en Estados Unidos. Beling, subordinado de la petrolera saudí ARAMCO con escasas credenciales académicas (y ninguna en estudios árabes o islámicos), organizó en mayo de 1978 una conferencia en homenaje al rey Faisal. Los empresarios de 40 multinacionales con intereses en Arabia Saudí descubrieron entonces que lo saudíes estarían encantados si sus empresas donaran a la creación del Centro de Oriente Próximo de la Universidad del Sur de California, a las órdenes de Willard A. Beling. El Centro sería financiado a través de la Fundación del Centro de Oriente Próximo, dirigida nada menos que por el mismo Beling.
Al final, el Centro de Oriente Próximo propuesto no sobrevivió al escrutinio de la opinión pública. Cuando los colectivos judíos desafiaron las múltiples irregularidades en la financiación y la administración, y la prensa de Los Ángeles dio a conocer esas irregularidades, la junta rectora de la Universidad del Sur de California rechazó finalmente el acuerdo original Esto llevó al vicepresidente de la Fluor Corporation, importante defensor del Centro, a acusar a "la prensa judía" de distorsionar el escándalo entero.
Pero vulnerar el mecanismo de esta forma es infrecuente por parte de los saudíes, que normalmente impulsan sus opiniones con considerablemente más tacto y sutileza. En su mayor parte, su antisemitismo tiende a adoptar formas más vagas y menos auténticas - cuestión más de talante que de acción flagrante. (Después de todo, no existe ninguna figura legal a la que se pueda acoger alguien que simplemente se siente rechazado). Con el tiempo, las tácticas árabes en Occidente se vuelven progresivamente más refinadas y menos susceptibles a la clase de denuncia pública producto del caso de la Universidad del Sur de California.
De hecho, gran parte del problema recae en la creciente respetabilidad del antisemitismo musulmán al afectar a las instituciones más capitales e importantes de América. Dicho de otra forma, el problema tiene más que ver con Arabia Saudí que con Libia. Libia tiene reputación, merecida, de alentar movimientos violentos y fanáticos. Dado que Gadafi está más allá de las normas de la moralidad, y que pocos estadounidenses se exponen a ser relacionados con él, su potencial a la hora de causar vergüenza se ha contraído constantemente. Pero no es el caso de otros países árabes. Esto quedaba patente de forma dramática en febrero de 1981, cuando los rectores de la Universidad de Georgetown votaban a favor de devolver a Libia, con intereses, 600.000 dólares donados para la creación de su Centro de Estudios Árabes Contemporáneos, pero quedándose al mismo tiempo con 3,5 millones de otros gobiernos árabes. El portavoz de una organización judía no protestaba por esta diferenciación, destacando que "solamente la partida libia nos pareció ofensiva en la medida en que el Coronel Gadafi era el donante de la beca así como del terrorismo internacional".
Pocas veces los saudíes o los jeques del Golfo Pérsico son acusados de apoyar el terrorismo (a pesar de su ayuda a la OLP y a numerosos grupos más) al ser estos países aliados de América y ser considerados de forma generalizada moderados y conservadores. Pero en cuestiones de antisemitismo, no son superados por los libios, los iraquíes o los iraníes, entre otros radicales. El peligro saudí supera al libio precisamente a causa de la reputación de Arabia Saudí y del lenguaje generalmente razonable; algunos de los políticos y abogados más respetados en Washington se cuentan entre sus lobistas. Nunca en América el antisemitismo ha disfrutado de un patrocinio tan respetable, nunca se introdujo en tantas instituciones capitales.
De esta forma las tendencias antisemitas ya presentes en América y Europa son impulsadas además a través del dinero árabe, con efectos nocivos. Irónicamente, el nuevo antisemitismo musulmán representa en cierto sentido una amenaza menor para los judíos de Oriente Próximo, donde sigue siendo una importación extranjera sin raíces locales, que para los judíos de los países occidentales, donde toca una cifra muy sensible.