Reuel Gerecht es alguien cuyo trabajo admiro - es un escritor profundo y prolífico en materias relativas a Oriente Medio, miembro permanente del American Enterprise Institute y frecuente colaborador del Weekly Standard. En 1997, llamé a su libro, Conozca a su enemigo (escrito bajo el pseudónimo Edward Shirley) "un informe de espía absolutamente brillante".
Pero Gerecht se ha convertido últimamente en la voz más prominente del derecho responsable a defender la bienvenida al ascenso al poder del islam radical. Para este fin, ofrece aforismos tales como "el Bin Ladenismo sólo puede ser desbaratado por fundamentalistas" y "los musulmanes moderados no son la respuesta. Los clérigos chi'íes y los fundamentalistas sunníes son nuestra salvación de futuros 11 de Septiembre".
Gerecht presenta sus opiniones en un libro corto, La paradoja islámica: Los clérigos chi'íes, los fundamentalistas sunníes y la venida de la democracia árabe. Al contrario de los apaciguadores o los mentalmente confusos, ni se adelanta, ni se engaña a sí mismo. Su análisis es realista, hasta inteligente. Pero su conclusión es defectuosa de modo fundamental.
¿Cómo debe Washington tratar el continuo ascenso del islam radical entre los musulmanes sunníes de lengua árabe? La respuesta de Gerecht emerge de las historias en contraste de Irán y Argelia.
En Irán, los islamistas han gobernado el país desde 1979, incitando una alienación del islam radical que incluso ha alcanzado las capas más altas de la jerarquía religiosa. La revista Time citaba recientemente a un joven iraní que llamaba a su sociedad "una completa catástrofe" y explicaba que los jóvenes allí intentan actuar como si la república islámica ni siquiera existiese. En palabras de Gerecht, "veintiséis años después de la caída del shah, la cultura jihadista de Irán está acabada".
El islamismo ha resultado ser su propio mejor antídoto. (No es coincidencia, igual resultó el comunismo).
En Argelia, sin embargo, Gerecht concluye que la represión del islam radical llevó al desastre. Mientras los islamistas estaban camino de una victoria electoral en 1992, el ejército entró en escena y abortó la votación, llevando a años de guerra civil. Washington accedió a este golpe de estado debido a lo que Gerecht llama la creencia de que "los regímenes dictatoriales que apoyamos, sin importar lo desagradables que fueran, eran más proclives a evolucionar políticamente en la dirección que queríamos que los fundamentalistas electos que en realidad no creían en la democracia".
Mirando atrás, Gerecht juzga un error la política de Argelia. Una victoria electoral islamista en 1992 "podría haber distraído la pasión y energías" de esos muchos argelinos que asumieron la violencia. Como en Irán, el islamismo en el poder probablemente habría estimulado un rechazo a la ideología simplista de que el islam tiene todas las respuestas.
Concluye que Washington debe dejar a un lado sus dudas y animar a los islamistas sunníes a competir en elecciones. Dejar que lleguen al poder, que se desacrediten a sí mismos, que alienen a sus poblaciones objeto, y que después sean arrojados al cubo de la basura de la historia.
A mi lema, "el islam radical es el problema, el islam moderado es la solución", Gerecht responde, "los musulmanes moderados no son la respuesta". Su opinión puede resumirse como "el islam radical es el problema y la solución". Este enfoque homeopático, obviamente, tiene cierta lógica. Socialmente, Irán está en mejor forma que Argelia.
Pero el control férreo islamista del poder en Irán ha exigido un precio humano y estratégico inmenso. Teherán se implicó en seis años (1982-88) de operaciones militares ofensivas contra Irak, y aspira actualmente con ahínco a desplegar armamento nuclear. Argel no plantea problemas comparables. De haber llegado los islamistas al poder en Argelia, las repercusiones negativas habrían sido igualmente devastadoras.
Al aceptar los horrores del mandato islamista, Gerecht es derrotista innecesariamente. En lugar de reconciliarse pasivamente a sí mismo con décadas de gobierno totalitario, Washington debería ayudar activamente a los países musulmanes a navegar de la autocracia a la democracia sin atravesar una fase islamista.
Esto de hecho es realizable. Como escribí hace una década en respuesta a la crisis argelina, en lugar de centrarse en elecciones rápidas, que casi siempre benefician a los islamistas, el gobierno norteamericano debería transferir sus esfuerzos a metas más profundas y lentas: "participación política, mandato de la ley (judicatura independiente incluida), libertad de expresión y de religión, derechos de la propiedad, derechos de las minorías, y el derecho a formar organizaciones voluntarias (especialmente partidos políticos)". Las elecciones sólo deberían seguir al logro de estos pasos. Siendo realistas, lograrlo podría llevar décadas.
Las elecciones deben culminar el proceso democrático, no iniciarlo. Deben celebrar la sociedad civil lograda con éxito. Una vez que existe tal sociedad civil (como pasa en Irán pero no en Argelia), los votantes son poco proclives a llevar al poder a los islamistas.